lunes, 10 de diciembre de 2012

La niebla

Me encanta conducir, y no, no es un spot publicitario.
Cuando me siento al volante y pongo en marcha el motor, tengo exactamente la misma sensación de libertad que cuando me pongo mi gorro plateado y mis gafas azules de natación y miro la calle llena de agua que me espera para que una vez y otra y otra (a veces me pongo un poco excesiva y llego a cuarenta) las recorra sin limitación alguna.
Resulta que conducir y nadar (hay alguna que otra cosilla más) se han vuelto para mí auténticos paraisos de libertad. Es por eso que encuentro en ellas un componente añadido y necesario: el de reconocerme. 
Así que no, no me da pereza alguna ir a cualquier sitio que ponga kilómetros de por medio entre este cuarto en el que escribo y el mundo. Y es que existe el mundo, de verdad de la buena,  dentro y fuera de cada uno,  y dado que somos ciudadanos de ese mundo, cuando nos da por mirarlo desde varias perspectivas, va y nos crece por dentro.

En mi última escapada de fin de semana el placer no sólo ha sido conducir, no, y es que se me puso la mente metafórica en cuanto puse el pie en el umbral. Cerré la puerta y sentí el peso plomizo del cielo en la cabeza, arranqué el coche con la sensación de abandonar  Siberia (en muchos sentidos), no sólo era el frío, tambien la niebla, la oscuridad, ese gris pesado y metálico que tan poco me gusta...cada metro que me acercaba a la costa parecía ir cambiando de país, de continente, de planeta casi. A medida que se iba levantando la niebla y se empezaban a ver con nitidez los árboles (y que no sólo existan olivos en el camino casi me hace llorar de gusto) me empezó a salir una sonrisilla en plan brote verde, pero verde esperanza de la buena ¿eh? Claro que no imaginaba que sólo era el preludio de una  sinfonía orquestada que duraría 48 horas en las que todo tipo de nieblas, nubarrones y tormentas se diluyeron entre quereres atemporales, nuevos y eternos; entre proyectos  y tratos con el futuro; entre las palabras sabias de quienes me guían con sus vidas; entre los abrazos recien estrenados y los que ya mi cuerpo reconoce como salvavidas; de repente todo cambió de variables hacia lo viable, posible y probable ¡anda, la niebla se difuminó...vaya con Dios!

Y es que hay que pedir alto y claro: nunca se sabe, cuando se lanzan mensajes al Universo, si hay alguien que los escucha y que nos regalará la sorpresa repentina de la estelar aparición de ventanas, amaneceres, farolas, faros, cerillas, soles, lunas, sonrisas...velas...
¡Anda, pues sí! Resulta que había alguien escuchando...¡cuánto se agradece! 
Es cuestión de dejar hueco...no sé como se me puede olvidar, con lo bien que lo aprendí en este concierto...


(por cierto que quien dice al final de la canción "esa guitarritaaaa" es mi querida amiga Marilo)

2 comentarios:

  1. Que visual. Te veo montàndote en tu coche, conectando a tu GPS "la Maricarmen" tu música y a vivir a dejar los olivos atrás y a empaparte de la brisa del mar. Con ese espíritu todo es viable, posible y probable. Qué suerte tengo de que te guste conducir y echar kilómetros. Hasta la próxima...la Telma

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Telma, la suerte es vivir dejando atrás los miedos. Que bueno que los kilometros no impidan la cercanía. Muuuuuuuak

      Eliminar